Como olvidarlo, un día caluroso, monótono, un día cualquiera...
Cinco mujeres, un sanitario: miro el techo, el espejo, el lavamanos; una sonrisa, una mirada brusca, una tras otra desfilando a reencontrarse con su rutina.
Por fin: la ultima. Por que no la mire durante la espera? Estuvo todo el tiempo frente a mi, la noto hasta ahora, parada frente al espejo, jugando con el agua entre sus manos, con las mejillas enrojesidas a pesar del aire acondicionado.
Me mira con extrañeza, el sanitario esta por fin vacio, me sonríe con la mirada al notar mi asombro, puedo reconocer la suavidad de su piel sin haberla tocado, la pasión de sus manos sin haberlas sentido.
Por fin logro salir del trance, ella permance frente al espejo, unimos nuestras miradas a través de este.Me acerco posando mis manos en su cintura, mi pecho palpitante en su espalda.No me detiene, inmóvil sujeta mi mirada.
Todo se esfuma, el mundo se reduce a esas cuatro paredes, a ese espejo, a estos dos cuerpos, a mis manos en su vientre, a su mirada en mi alma.
Por fin siento sus brazos rodeando mi cuello, mi cabello enroscándose en sus dedos, mientras los mios escudriñan un acceso al interior de su falda, de su blusa. Gozo la exquisitez de sus formas, de esa delicada gota de placer bajo el sosten.
Mis labios plasman palabras inpronunciables en su cuello, irrepetibles. Su oreja se entromete en nuestra charla, mis dientes la detienen, mi lengua explora su nuca convirtiéndose en catadora de su olor.
Todo se detiene, vuelve a mirarme, nos hundimos en ese instante. Cierra los ojos, apruebo su decisión, aunque me encanta la imagen que el espejo me regala, cierro los mios.
El tacto como único sentido, cada poro, cada centímetro de mi piel se encuentra alerta.
Cuando me doy cuenta he irrumpido en sus prendas, en su sexo, en su vida; me empapa la humedad de su ser, sin tocarlos humecta mis labios, saboreo algo que no he probado.
He perdido los limites entre su espalda y mi pecho, me pierdo en su interior.
La danza de nuestros cuerpos golpetea el lavamanos, testigo y apoyo mudo de nuestro encuentro.
El calor de su cuerpo recorre el mio, su cadera y mi aliento a un mismo ritmo, el tiempo se vuelve loco, nos abandona.
No se cuanto ha pasado, un instante eterno, el sudor de su cuerpo tiene el mismo sabor que al inicio se poso en mi lengua, un sollozo sofocado anuncia el final.
Sabia que después de eso no miraría en otra dirección...
No he podido dejarla, cada noche muero en ella. La llevo así, aferrada a mi cuello como aquella tarde, como aquel día cualquiera.
Orquidea.